Aún
recuerdo la última vez que vi a Fernando Guillén. Fue en la estación de Atocha.
Hojeaba un periódico serenamente, dejándose atrapar por los titulares pero sin
embeberse en una lectura profunda porque, de cuando en cuando, su mirada se
elevaba por encima de las hojas del diario fijándose en algún que otro
transeúnte, no como si le interesaran especialmente sino solo con actitud
distraída, con la curiosidad por las personas que tienen aquellos que han sido
tantas personas. Esta mirada tan sólo duraba unos segundos y después los ojos
volvían a las páginas. Durante todo el tiempo, entre el bullicio incesante de
la estación, Fernando (permítaseme el tratamiento) parecía estar relajado,
tranquilo, indiferente al hecho de que su sola presencia pudiera incentivar el
ánimo de cuantos pasaban a su alrededor.
Yo
me marché y el quedó donde estaba, con ese estar apacible, pero, después de
este último encuentro con el hombre, todos sus personajes me parecieron más
humanos y pensé que, en el fondo, los actores, que son un hombre y muchos
hombres a la vez, debían ser los más humanos de los humanos, porque, de alguna
forma, eran los que podían entenderlos mejor.
El
pasado día 17 de enero el personaje que era todos los personajes hizo su último
mutis por el foro y todos, de alguna manera, nos pusimos de pie para aplaudir.
No será necesario aquí que cite todos los trabajos que hizo, todas las
películas en las que participó, los escenarios que pisó en sus tantas
intervenciones en el teatro, la televisión, los episodios en los que intervino,
la impagable presencia en las tertulias de José Luis Garci…, sería un trabajo
enciclopédico innecesario. Simplemente, como solemos decir, vean alguna de sus
obras, cualquiera, y ese será el mejor homenaje. Gracias por todo, Fernando.
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